Ruinas y Sombras
Los días que siguieron a la llegada de Miguel transcurrieron con una lentitud deliberada, como si el tiempo mismo hubiera decidido darnos un respiro. Totovía, con su infinita paciencia, decidió que Miguel había reflexionado suficiente en el cuarto de pensar. Cuando finalmente salió, la rabia había dado paso a algo más complejo: desconfianza, confusión y quizás, solo quizás, el inicio de algo parecido a la curiosidad. Ninguno de los dos me reconocía. Esa verdad me golpeaba cada mañana al despertar. Pero decidí hacer lo único que sabía hacer: estar presente. Comencé a dar paseos por el jardín con Isthar, quien parecía encontrar paz entre las plantas y los animales que habitaban los alrededores de la mansión. Descubrí que amaba a las criaturas del bosque —las alimentaba, las observaba con una ternura que me recordaba a la niña que había sido. Encontré los restos de lo que alguna vez había sido una pérgola, medio devorada por el tiempo y la vegetación. Mientras la limpiaba, decidí dejar al...