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Consecuencias y Nuevos Horizontes

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Y allí, dentro de la nave, sentado con ese uniforme de Comandante que ahora parecía una traición, estaba Totovía. Le lancé una mirada. Fría. Dura. Cargada con toda la rabia y el miedo que sentía. Él sostuvo mi mirada pero no dijo nada. Sus ojos —esos ojos que habían visto décadas más de lo que yo vería jamás, sesenta y tantos años de experiencia que se notaban en cada arruga— mostraban algo que podría haber sido disculpa. O quizás solo resignación. La rampa comenzó a cerrarse detrás de nosotros. El siseo neumático sonó como una sentencia. El despegue fue suave, demasiado suave para una nave militar. Los motores apenas vibraban bajo nuestros pies mientras ascendíamos. A través de las pequeñas ventanillas podía ver Oasis haciéndose más pequeña, las luces de la ciudad pareciendo estrellas caídas sobre tierra oscura. Era la primera vez que salía al espacio. Debería haber estado aterrado. Debería haber estado pensando solo en Miguel e Isthar esposados frente a mí. Pero una parte de mí...

Recepción en las nubes

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El palacio flotaba sobre Oasis como un sueño imposible. No era una nave orbital —era algo mucho más impresionante. Un edificio completo, masivo, que se había elevado del suelo y ahora permanecía suspendido a varios cientos de metros de altura. Las luces de la ciudad brillaban abajo como un mar de estrellas invertido, mientras a nuestro alrededor, los fuegos artificiales explotaban a la misma altura que nuestras ventanas. El reflejo de esas explosiones de color danzaba en el cristal frente a nosotros. Nos mirábamos a los ojos, Nadine y yo, con esa comodidad que solo viene después de haber sobrevivido juntos al infierno. Las copas brillaban bajo las luces tenues del salón. La mía contenía un vino que me recordaba a casa —ácido con ese toque dulce que siempre me había gustado— aunque los tonos azulados lo delataban como algo alienígena. Algún tipo de baya local, supuse. El sabor era sorprendentemente bueno, el líquido deslizándose suave por mi garganta. Nadine prefería algo má...

El Asedio - Parte I

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El olor a pólvora y metal caliente ya había comenzado a filtrarse en la torre cuando reuní a todos. Mi corazón latía con fuerza, el sabor metálico del miedo mezclándose con la adrenalina en mi boca. Treinta y dos soldados de élite abajo. Nosotros cinco arriba. Las probabilidades no estaban a nuestro favor. —Escuchad —dije, mi voz más firme de lo que me sentía, el eco rebotando en las paredes metálicas de la torre—. Cada uno tiene su zona asignada. Ya lo hemos ensayado. El silencio que siguió fue roto solo por el rugido distante de los motores corporativos y el tintineo nervioso del equipo siendo verificado. Miguel asintió, el clic de su arma al cargarla resonando en el espacio. Isthar respiraba controladamente, el suave zumbido de sus implantes de coordinación activándose. Nadine se estiró con ese movimiento felino que siempre precedía a la acción, sus garras extrayéndose con un susurro apenas audible. Luis estaba inmóvil, pero sus sensores emitían un pitido constante mientras escaneab...

El Asedio - Parte II

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Luis y yo habíamos estado trabajando en algo durante meses. Él tenía problemas para ubicarse espacialmente a veces —su visión óptica era excelente pero carecía de profundidad real. Así que desarrollamos un sistema de mapeo que utilizaba el sonido, como los murciélagos. Ondas sónicas rebotando en superficies, creando un mapa tridimensional del entorno. Pero Luis había ido más allá. Había creado un programa que podía usar los altavoces —normalmente los de los trajes de nuestros aliados, pero ahora los de la nave— para emitir música. Música específica. Música con una frecuencia y volumen que, francamente, era insoportable. A menos que tuvieras el sistema de cancelación de ruido que habíamos instalado en nuestros cascos. El primer acorde de "Smoke on the Water" de Deep Purple estalló en la noche. No fue solo fuerte. Fue un asalto sónico. Los altavoces de la nave, diseñados para comunicaciones en ambientes ruidosos, ahora bombeaban ciento cincuenta decibelios de rock clásico puro....

Raíces en Oasis - Parte II

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Fue durante mi tercer viaje cuando lo encontramos: las antenas. Había estado explorando los niveles superiores de Oasis, donde el aire era más limpio pero el viento soplaba con fuerza constante, silbando entre las estructuras metálicas. Buscaba componentes específicos que necesitaba para el sistema de comunicaciones del vehículo. Miguel me acompañaba, sus botas produciendo un eco metálico en las pasarelas de rejilla, y Nadine había insistido en venir, diciendo que conocía a alguien en esa zona que podría ayudarnos. Sus pasos eran silenciosos a pesar del metal bajo nuestros pies, ese movimiento felino que siempre me fascinaba. Las torres de transmisión se alzaban como gigantes olvidados, estructuras de una era anterior cuando las comunicaciones aún eran libres. El viento hacía vibrar los cables con un zumbido grave y constante, como el canto de instrumentos gigantescos. Ahora, la corporación controlaba todo el flujo de información, limitando qué podía decirse y a quién. Pero...