EL Zippo II

Me estaba preocupando de verdad.


Había recorrido la casa de un lado a otro, desde la entrada del jardín hasta la buhardilla, situada en lo más alto del edificio. Fue allí, en la buhardilla, donde mi inquietud se intensificó. "¿Cómo podría explicar la desaparición de Luis?", me preguntaba.

"Calma, Miguel, no es para tanto", me tranquilizaba la voz serena en mi mente, hablando con la misma paciencia y cariño con que hablo a mis hijos. Era un contraste marcado con la otra voz que a veces se apoderaba de mí, maldiciendo en arameo y hablando con desprecio.

Intenté ordenar mis pensamientos:

  • Unos minutos antes de despertarme, Luis estaba aquí. El café no se prepara solo.
  • Luis no es el tipo de persona que haría una broma así.
  • El candado del portón de la entrada estaba cerrado y el coche no se había movido. Estamos a 15 kilómetros de la ciudad.
  • Recordé las cámaras de seguridad externas. Aunque no sabía cómo acceder a sus grabaciones, podría ser algo a investigar si la situación se complicaba más.


Decidí empezar por su habitación, donde todo parecía haber comenzado. Al entrar, noté que la única ventana estaba abierta, permitiendo que la luz iluminara el pequeño despacho y el dormitorio. El despacho tenía un aire de poder y orgullo antiguo, algo que se siente intensamente en lugares como hospitales o tanatorios, pero también en espacios donde se han tomado decisiones importantes.

Era una estancia pequeña y discreta, sin adornos. Desde la entrada, se veía la arcada sin puerta que conducía al dormitorio, pequeño y espartano en comparación con el mío. La cama de Luis estaba deshecha, y su mochila, abierta sobre una silla. Me sentí como un invasor en su espacio privado, así que volví al despacho. Allí, el portátil cerrado de Luis parpadeaba con una luz azul, indicando que estaba en suspensión. Un elegante zippo con un grabado de Alfa y Omega estaba en el estante.

Pero algo más llamó mi atención: el polvo en algunos libros de la estantería había sido limpiado, como si hubieran sido consultados recientemente. Revisé los primeros libros, tratados antiguos sin nada inusual en su interior. Sin embargo, uno en particular, parecía más antiguo y manoseado que los demás, y sin rastro de polvo.

"Debo revisarlo", pensé, extendiendo la mano para sacarlo. Estaba caído detrás de la estantería.

"¡Maldición!" Exclamé, al ver en el reflejo del zippo la cara de Luis. Me reprendí por mi lenguaje y me reí de mi propio susto. No había nadie allí.


El libro era un viejo tomo de cuero con páginas amarillentas. Para mi sorpresa, contenía código de programación. Aunque era relativamente nuevo en la programación, reconocí que era un lenguaje desconocido para mí, sin comentarios y con expresiones incomprensibles. La lógica que se repetía podría revelar algo más.

Grabado Alfa y Omega, superpuestos.Perdí la noción del tiempo, absorto en el libro, hasta que un hormigueo en mi pierna me sacó de mis pensamientos.

Guardé el libro en mi bolsillo. Necesitaba un descanso. Saqué mi cartera de tabaco, enrollé un cigarrillo y, al no tener mi mechero a mano, usé el zippo de Luis. Mientras fumaba en el alfeizar de la ventana, decidí que sería mejor salir al patio para evitar que el humo se extendiera por la casa.

Ya en el patio, con el libro aún en mi bolsillo, me tomé un momento para disfrutar de las sombras de las plantas sobre la mesa. Saqué mi móvil para capturar la escena y la compartí con mis hijos. Ellos respondieron con fotos propias, capturas artísticas del amanecer y juegos con el enfoque. "¡Qué guapo!", les alabé.

Charlamos unos minutos más, pero de repente, la realidad de la situación me golpeó. Me despedí apresuradamente y colgué el teléfono, recordando la urgente tarea que tenía entre manos. Necesitaba continuar con la búsqueda de Luis.

Con paso decidido, subí al despacho para dejar el zippo y el libro. Al entrar, un escalofrío me recorrió la espalda. El portátil de Luis, que había dejado cerrado antes, ahora estaba abierto. En la pantalla, una imagen distorsionada, reminiscente de los antiguos televisores catódicos, mostraba algo que me dejó helado: el rostro de Luis, congelado en una expresión que no lograba descifrar.

Me quedé inmóvil, mirando fijamente la pantalla. La imagen distorsionada del rostro de Luis parecía contener una mezcla de emociones, como si estuviera tratando de comunicar algo a través de esa única y enigmática imagen.

Con cautela, me acerqué al portátil. La luz azul parpadeante del zippo en el estante captó mi atención por un momento, pero rápidamente volví a centrarme en la pantalla. Algo sobre esa imagen congelada me decía que había más en esta situación de lo que parecía a simple vista.

Extendí una mano temblorosa hacia el teclado, con la intención de investigar más, de descubrir qué había sucedido con Luis y por qué su rostro aparecía en la pantalla de esta manera tan extraña y perturbadora.




 

  

Comentarios

Entradas populares de este blog

Estirando el chicle de la paradoja de Teseo

La mansión del bosque.