Que tienen que ver un ex, y los últimos de filipinas

   Es curioso cómo comenzamos el día con pensamientos que nos rondan la cabeza, especialmente aquellos que se enredan en los recuerdos y la historia. Nuestra cultura, al igual que las naciones, tiende a moldear y filtrar recuerdos, enfocándose en las emociones que nos evocan. Tomemos, por ejemplo, "los últimos de Filipinas". La memoria colectiva celebra su valor y resiliencia, pero a mí me asalta una sensación de soledad y abandono: personas aisladas, hambrientas, conscientes de que ni su nación ni su dios vendrán en su auxilio. Están solos, sin red de seguridad.

Esta imagen se convierte en un poderoso reflejo de la vida misma. No existe una red que nos atrape; estamos a merced de nuestra propia resiliencia, una cualidad no solo aprendida, sino intrínseca a nuestra naturaleza. Avanzamos, a menudo vinculando nuestras acciones a la emoción que consideramos más útil para sobrevivir. Los recuerdos, ya sean de un ex amor que preferiríamos olvidar o de otro que deseamos hubiera funcionado, dependen de cómo nos hicieron sentir y del recuerdo que elegimos conservar.

Curiosamente, a veces nos aferramos a los malos recuerdos porque los buenos se transforman en dolorosos. En este sentido, podría ser más beneficioso no recordar el abandono o la traición. En su lugar, podríamos centrarnos en cómo fuimos capaces de superar obstáculos, atribuyéndolo a la divina providencia, la suerte, o a nuestra propia fortaleza.

En conclusión, quizás lo más saludable sea dejar que nuestras memorias descansen, modificándolas ligeramente, pero solo lo justo. Al final, lo que recordamos, y cómo lo recordamos, juega un papel crucial en cómo enfrentamos la vida y construimos nuestra identidad.

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