Cap: 17 La Fiesta de Ladino
EP-9 era abrumador desde dentro.
El puerto de atraque era eficiente, al menos. Procedimientos automatizados, tasas de atraque que pagamos con los créditos que los federales nos habían proporcionado, y un escáner de seguridad que nos hizo esperar veinte minutos mientras verificaba que no llevábamos armas prohibidas. Aparentemente, las armas normales estaban bien. Solo las "prohibidas".
No pregunté qué clasificaba como prohibida. Algo me decía que no quería saberlo.
Apenas habíamos terminado los trámites cuando Samuel recibió la llamada.
Lo vi alejarse, el comunicador en su oído, su expresión volviéndose cada vez más seria. Cuando regresó, tenía ese aire de alguien que acaba de recibir órdenes que no puede discutir.
—Me voy —dijo sin preámbulos—. Transporte federal en treinta minutos.
—¿Tan pronto? —preguntó Miguel.
—Las órdenes no esperan —respondió Samuel. Luego miró a Sara—. Tú también.
Sara parpadeó, sorprendida.
—¿Yo?
—Misión de reconocimiento. Clasificada. Los detalles te los darán en ruta.
Vi cómo Isthar se tensaba junto a mí. Tan sutilmente que probablemente nadie más lo notó. Pero yo sí.
—¿Cuánto tiempo? —preguntó Isthar, su voz cuidadosamente neutral.
Sara la miró, y por un momento vi algo pasar entre ellas. Dolor, quizás. O disculpa.
—No lo sé. Podrían ser días. Podrían ser semanas.
—Entiendo.
Pero no entendía. Ninguna de las dos entendía. Solo sabían que algo que apenas había comenzado a formarse entre ellas se estaba cortando antes de tener la oportunidad de crecer.
La despedida fue rápida. Profesional. Un apretón de manos de Samuel con cada uno de nosotros. Sara abrazó brevemente a Marcus, su hermano. Y luego miró a Isthar.
—Cuídate —dijo Sara suavemente.
—Tú también.
Y se fueron. Así de simple. Así de brutal.
Nos quedamos los seis: Miguel, Isthar, Luis, Kais, Marcus y yo.
—Bien —dije después de un momento, sintiendo la tensión—. Nada cambia. Nos separamos, exploramos en parejas. Miguel y Marcus, zona comercial media. Luis y Kais, infraestructura. Isthar...
—Voy sola —dijo Isthar.
—No. Nada de ir solos.
—Entonces voy contigo.
La miré. Vi la determinación en sus ojos, pero también vi algo más. Dolor. Confusión. Ese tipo de pérdida que no tiene sentido porque apenas conocía a Sara, apenas habían tenido tiempo...
Pero el corazón no entiende de lógica.
—Está bien —dije suavemente—. Conmigo.
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Las primeras horas fueron productivas.
Encontré varios contactos, gente dispuesta a hablar por los plasticréditos correctos. El maletín era conocido, al menos como rumor. Un intercambio importante. Corporativos involucrados. Y otros.
—¿Otros? —pregunté, como había preguntado antes.
—Los que no usan uniformes —respondió mi contacto, un tipo con más cicatrices que piel sana—. Los que preguntan sin palabras.
Arcanitas. Cada vez más obvio que esto iba a complicarse.
Isthar había estado callada la mayor parte del tiempo, siguiéndome de bar en bar, de contacto en contacto. Pero podía sentir su tensión, su distracción.
—Ve —dije finalmente, después del tercer contacto.
—¿Qué?
—Estás distraída. Necesitas despejar la cabeza. Ve, explora. Pero lleva a Marcus contigo. Y comunicador cada hora.
—Papá, estoy bien...
—Isthar —la interrumpí gentilmente—. Sé que no estás bien. Y está bien no estar bien. Pero no me mientas.
Me miró durante un largo momento, luego asintió.
—Una hora. Te prometo comunicarme cada hora.
—Ve.
La vi partir, buscando a Marcus a través del comunicador. Y esperé que un poco de exploración, un poco de distancia, la ayudara.
No anticipé que encontraría la fiesta de Ladino.
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Marcus la encontró primero.
Había estado explorando la zona alta, impresionado por el lujo, cuando escuchó la música. No la música ambiental elegante de los corredores. Algo más... real. Con corazón.
Cuando Isthar lo contactó, le dijo dónde estaba.
—Tienes que ver esto. Es... diferente.
Isthar llegó quince minutos después. Y Marcus tenía razón. Era diferente.
La puerta lateral, el portero decorativo, y detrás... un mundo que pulsaba con vida.
—¿Entramos? —preguntó Marcus.
Isthar pensó en Sara. En cómo se había ido. En cómo ni siquiera había tenido la oportunidad de...
—Sí —dijo—. Entramos.
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El lugar los envolvió como una ola.
Las luces, la música, la energía. Y en el centro, imposible de ignorar, estaba Ladino.
Era como si alguien hubiera tomado las décadas de música que Isthar apenas recordaba —Queen, Prince, Bowie, nombres que flotaban en su memoria sin contexto— y los hubiera fusionado en una persona. El cabello púrpura, el estilo imposible, la forma en que se movía como si la gravedad fuera una sugerencia más que una ley.
Y cuando las vio, sonrió.
—¡Nuevas caras! —su voz era rica, cálida, imposible de ignorar—. ¡Venid! ¡Nadie se queda en la puerta!
Chasqueó los dedos. Una bandeja apareció, llevada por alguien que Isthar ni siquiera vio llegar. Chupitos. Líquidos de colores que no deberían existir.
—Esto —dijo Ladino, ofreciéndole uno azul eléctrico a Isthar— se llama "Destello del Mosaico". Tres teselas en un vaso. Dulce, amargo, y algo que no tiene nombre.
Isthar lo miró. Debería haber dicho que no. Debería haber recordado las advertencias, el entrenamiento, el sentido común.
Pero Sara se había ido. Y algo en ella quería olvidar eso, aunque fuera por un momento.
—¿Qué hace? —preguntó.
—Te hace sentir —respondió Ladino simplemente—. ¿No es eso suficiente?
Isthar cogió el chupito. Lo bebió.
El mundo cambió.
No dramáticamente. No fue como si todo se volviera diferente de repente. Fue más sutil. Los colores se volvieron más ricos. La música se volvió más profunda. Y algo en su pecho —esa cosa apretada y dolorosa que había estado ahí desde que Sara se fue— se aflojó.
—Oh —dijo—. Oh, eso es...
—Bueno —completó Ladino, sonriendo—. Es bueno. ¿Tu amigo?
Marcus ya estaba cogiendo el verde.
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Luis llegó cuarenta minutos después.
Había estado haciendo reconocimiento de sistemas con Kais cuando notó que Isthar no se había comunicado en la hora. Ni Marcus. Rastreó sus señales y encontró... esto.
Y allí estaban. Isthar en una plataforma elevada, moviéndose con una libertad que Luis no sabía que poseía. Marcus con ella, riendo, completamente perdido en la música.
—Oh, no —murmuró Luis.
Intentó acercarse. Intentó ser la voz de la razón.
Pero Ladino lo interceptó.
—¡Un robot! —exclamó, genuinamente encantado—. ¿Sabías que los robots pueden experimentar este tipo de cosas también?
—No puedo ingerir sustancias —respondió Luis—. No tengo sistema digestivo orgánico.
—Este es especial —Ladino le ofreció un chupito que brillaba con un color que Luis no podía categorizar—. Trabaja con circuitos. Un regalo de un amigo maestro de la química. Afecta procesadores directamente.
Luis debería haber dicho que no. Debería haber agarrado a Isthar y Marcus y haberlos sacado.
Pero Isthar parecía tan feliz. Tan libre de ese dolor que había estado cargando.
Y era solo un trago, ¿verdad?
Lo bebió.
Sus sistemas explotaron con input. Colores con texturas. Sonidos con sabores. La música ya no era solo frecuencias, era... era algo que tenía peso y dimensión y significado.
—Esto es fascinante desde un punto de vista técnico —dijo Luis, y luego estaba en la plataforma también, moviéndose de formas que definitivamente no estaban en su programación original.
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Lo que ninguno de ellos vio fue el dron.
Pequeño, silencioso, flotando sobre las luces. Capturando todo. Cada movimiento, cada momento de abandono.
Y transmitiendo.
En pantallas por todo EP-9, el stream comenzó. "Primeros Temporizadores en el Destello - EDICIÓN PICANTE"
Las vistas empezaron a subir. Mil. Cinco mil. Diez mil.
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Yo me enteré en el bar siguiente.
La pantalla detrás de la barra cambió, y allí estaban.
Isthar. Marcus. Luis.
En una plataforma. Moviéndose de formas que... bueno, que definitivamente iban a ser difíciles de explicar.
El bar explotó en risas y silbidos.
—¡Mira al robot! ¡No sabía que los robots podían hacer eso!
Yo me quedé congelado, mirando el contador de vistas. Veinte mil. Treinta mil. Cuarenta mil.
Saqué mi comunicador.
—Isthar. Responde.
Nada.
—Marcus. Luis. Alguien.
Silencio.
—Mierda.
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Para cuando llegué a la ubicación —que tomó otros veinte minutos de preguntas y búsqueda— la fiesta había terminado.
O al menos, la parte que involucraba a mi equipo había terminado.
Los encontré fuera, en un corredor tranquilo. Isthar estaba sentada en el suelo, cabeza entre las manos. Marcus apoyado contra una pared, mirando al vacío. Luis literalmente conectado a una toma de pared, purgando su sistema.
—Papá —dijo Isthar cuando me vio, su voz pequeña—. Creo que metí la pata.
—¿Tú crees?
—Las pantallas. Las vi después. Estamos... estamos por todas partes.
Marcus gruñó.
—Cincuenta mil vistas. Cincuenta mil. Mi cara está en cincuenta mil pantallas haciendo... eso.
—Nunca más —Luis murmuraba—. Nunca más ingeriré sustancias no identificadas. Claramente mis protocolos de seguridad son inadecuados.
—¿Podéis caminar? —pregunté.
Todos asintieron, aunque no parecían muy seguros.
—Entonces volvemos al Teseo. Ya.
El camino de regreso fue una tortura silenciosa. La gente que pasábamos los reconocía.
—¡Oye! ¿No eres tú del stream?
—No —respondía Isthar cada vez, caminando más rápido.
—Seguro que sí. Ese movimiento con la cadera...
—NO.
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Cuando llegamos al Teseo, Miguel y Kais ya estaban esperando.
Miguel tenía esa expresión que sugería que estaba tratando muy, muy duro de no reírse.
—Así que —dijo—. Cincuenta y dos mil vistas ahora. Subiendo cada minuto.
—Cállate —gruñó Isthar.
—El robot bailando fue lo mejor. Luis, no sabía que tuvieras esos... movimientos.
—Tampoco yo —respondió Luis miserablemente—. Aparentemente mi hardware tiene capacidades que mi software desconocía.
Nos sentamos todos en la cabina. Silencio pesado.
Y entonces Kais habló.
—¿Sabéis? Si vais a ser famosos en EP-9, al menos lo hicisteis siendo... entretenidos.
Isthar la miró, luego empezó a reírse. No fue una risa feliz exactamente. Fue más bien una risa de "qué más da, ya está hecho."
Marcus se unió. Luego Luis, con ese sonido que hacía cuando estaba procesando humor.
Y pronto todos estábamos riendo. De la absurdidad, del desastre, del hecho de que habíamos venido a una misión seria y en el primer día nos habíamos convertido en entretenimiento viral.
—Bien —dije cuando la risa finalmente se calmó—. Aprendimos algo.
—¿No beber cosas de colores extraños? —sugirió Isthar.
—Eso. Y que EP-9 es más peligroso de lo que pensamos. De formas que no esperábamos.
—Y que ese Ladino es... algo —añadió Marcus.
Algo, sí. Miembro del Triunvirato de TecnoStyles, aunque no lo sabríamos hasta mucho después. Uno de los individuos más poderosos del Mosaico. Y lo habíamos conocido en su fiesta, haciendo el ridículo completo.
Pero por ahora, solo era el tipo que nos había dado los chupitos más caros de nuestras vidas.
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Esa noche, mientras los demás intentaban dormir o al menos olvidar, grabé en mi bitácora.
*"Día uno en EP-9. Ya somos famosos. Por las razones equivocadas.*
*Isthar se dejó llevar porque Sara se fue. Lo vi. Ese dolor en sus ojos cuando Sara tuvo que irse para su misión. Y luego la forma en que se lanzó a la fiesta, como si pudiera ahogar ese dolor en música y bebida.*
*No funcionó, por supuesto. Nunca funciona. Pero al menos por un rato, la vi sonreír.*
*Y sí, fue embarazoso. Sí, probablemente complica las cosas. Cincuenta mil personas vieron a mi hija, a Marcus, a Luis perder el control.*
*Pero también los vi ser libres. Aunque fuera por error. Aunque fuera por química y música y un tipo carismático con chupitos de colores.*
*Estos momentos importan. Estos errores, estas estupideces humanas —o lo más cercano a humano que un robot puede alcanzar— son parte de vivir.*
*Aunque si vuelvo a ver a ese Ladino, vamos a tener palabras serias sobre consentimiento informado y responsabilidad.*
*Cincuenta y dos mil vistas. Cincuenta. Y. Dos. Mil.*
*Esto va a perseguirnos un buen rato."*
Cerré la grabación, negando con la cabeza.
EP-9 iba a ser muy, muy interesante.
*Continuará...*
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