16 Dos meses entre las estrellas
La nave federal se hacía cada vez más pequeña en las pantallas de popa. Una estrella brillante contra el negro absoluto del vacío, y luego solo eso: vacío.
Nos quedamos en silencio, todos reunidos en la cabina principal del Teseo, viendo cómo desaparecía nuestra última conexión con algo parecido a la autoridad, a la seguridad. Nadine se había quedado en Oasis. Totovía... bueno, Totovía era un misterio envuelto en un uniforme de Comandante.
Ahora éramos solo nosotros.
—Bueno —dijo Miguel finalmente, rompiendo el silencio—. Dos meses hasta EP-9. Espero que alguien sepa jugar al ajedrez.
Isthar soltó una risa breve. Luis hizo ese sonido que había aprendido a reconocer como su equivalente a una risa. Kais, mi hija androide, simplemente me miró con esos ojos que siempre parecían ver más de lo que yo mostraba.
Y entonces estaban los nuevos. Marcus y Sara, hermanos según sus expedientes, aunque sus personalidades no podían ser más diferentes. Marcus tenía esa energía que inmediatamente había conectado con Miguel —ese humor sarcástico, esa confianza tranquila que venía de haber visto combate real. Sara era más seria, más enfocada, pero había algo en la forma en que miraba a Isthar...
Y Samuel. El oficial de enlace que los federales nos habían asignado. Treinta y tantos, profesional hasta la médula, con ese aire de alguien que ha visto demasiado y confía en muy poco.
—Rutinas —dije, activando la pantalla principal—. Dos meses es mucho tiempo para flotar sin estructura. Luis, necesito que revises todos los sistemas del Teseo. Dos veces. Miguel, quiero que practiques maniobras todos los días. Esta nave se mueve diferente a lo que estás acostumbrado.
—Ya lo he notado —respondió Miguel, pero sonrió—. Es como pilotar un ladrillo con cohetes.
—Un ladrillo que nos ha mantenido vivos —intervino Isthar, con ese tono protector que siempre usaba cuando hablábamos del Teseo.
Tenía razón. Habíamos construido esta nave con chatarra, ingenio y desesperación. No era elegante. Pero era nuestra.
---
Los primeros días fueron de ajuste.
El Teseo no era grande. Habíamos maximizado cada centímetro para funcionalidad: sistemas de soporte vital, propulsión, escudos básicos, espacio de carga. Las "habitaciones" eran poco más que literas con cortinas para privacidad. La zona común era la cabina principal, donde comíamos, planificábamos y, cada vez más, simplemente existíamos juntos.
Beky —la IA que había pilotado la moto y ahora controlaba la nave— mantenía todo funcionando con eficiencia silenciosa. Su voz ocasionalmente interrumpía para reportar algún dato de navegación o advertir sobre micro-meteoritos en nuestra ruta. No era tan... vivaz como había sido cuando estaba en la moto. Más profesional. A veces la echaba de menos, aunque alguna broma ocasional y algún que otro chivatazo, sabía que ella seguía ahí.
Luis pasaba la mayor parte del tiempo integrado con los sistemas de la nave, su forma robótica conectada directamente a los paneles de control y comunicación. Podía sentir cada vibración, cada fluctuación de energía. Me había dicho que era como tener el Teseo como una extensión de su cuerpo.
—Es extraño —me confesó una noche, cuando el resto dormía—. Puedo sentir las estrellas pasando. No verlas, sino... sentir su gravedad, sus radiaciones. Es hermoso y aterrador a la vez.
Yo entendía esa dualidad.
Miguel e Isthar habían caído en una rutina de entrenamientos matutinos. Bueno, "matutinos" era relativo en el espacio, pero habíamos mantenido un ciclo de día/noche estándar para no perder la cordura. Los veía moverse en la pequeña zona que habíamos despejado para ejercicio, practicando combate cuerpo a cuerpo, perfeccionando puntería con simulaciones.
Y Marcus siempre se unía a ellos.
—Otra vez —decía Marcus, bloqueando un golpe de Miguel—. Pero más rápido. En gravedad cero no puedes depender del peso.
—No estamos en gravedad cero —respondía Miguel, jadeando.
—Pero podríamos estarlo. ¿Aprendiste algo en tu entrenamiento federal o solo a servir café?
Miguel le lanzaba otro golpe, más rápido esta vez. Marcus lo esquivaba, sonriendo.
Eran como hermanos. No de sangre, pero de ese tipo de conexión que se forma cuando reconoces algo de ti mismo en otra persona. Vi cómo Miguel se relajaba con Marcus de una forma que no había visto en mucho tiempo. Desde antes de... bueno, desde antes de todo.
Sara era diferente.
Pasaba tiempo con Isthar, pero había una tensión ahí. No negativa, sino... cargada. Las veía hablar en voz baja, compartir turnos de vigilancia, entrenar juntas con los rifles inteligentes. Isthar no recordaba su vida anterior —esa vida que había perdido cuando entramos a este mundo— pero su cuerpo sí. Sus instintos sí.
Y algo en Sara le resultaba familiar. Me hacía echar de menos a Nadine.
Una noche las encontré en la cabina de observación, mirando las estrellas a través del pequeño ventanal reforzado. No dijeron nada cuando entré, solo se movieron ligeramente para hacer espacio.
—¿No podéis dormir? —pregunté.
—Demasiado silencio —respondió Sara—. En la nave federal siempre había ruido. Motores, gente, comunicaciones. Aquí es... diferente.
—Más íntimo —añadió Isthar suavemente.
Sara la miró, y por un momento vi algo en sus ojos que no pude descifrar del todo. Dolor, quizás. O memoria de algo perdido.
Me retiré, dejándolas con las estrellas.
Samuel era más difícil de conocer. Profesional, cortés, pero guardado. Pasaba la mayor parte de su tiempo revisando informes, comunicándose con los federales cuando podía, manteniendo esa distancia que viene de ser el representante oficial de una autoridad.
Pero lo vi observando. Evaluando. No con desconfianza, sino con esa cuidadosa atención de alguien que necesita entender con quién está trabajando.
Una tarde me encontró en mi rincón habitual, revisando sistemas del Teseo.
—¿Puedo hacerte una pregunta? —dijo.
—Adelante.
—¿Por qué aceptasteis? La oferta de los federales. Ser agentes libres. Podríais haber rechazado, arriesgado la prisión o ejecución, intentado huir...
—Porque no era una oferta —respondí simplemente—. Era la única opción que nos dejaba vivos. Y juntos.
—Pero trabajar para nosotros, hacer misiones que no podemos hacer oficialmente... es peligroso. Mortal, incluso.
—Más que lo que ya hemos sobrevivido? —lo miré directamente—. Samuel, cruzamos dimensiones. Luchamos contra corporativos. Nos enfrentamos a cosas que ni siquiera sabía que existían. Los federales nos ofrecen estructura, recursos, una apariencia de legitimidad. Lo tomaré.
—¿Y después? Cuando terminen las misiones, ¿qué entonces?
Esa era la pregunta, ¿verdad? Pero no tenía respuesta. No todavía.
—Entonces encontraremos nuestro propio camino.
Samuel asintió lentamente, como si eso fuera exactamente lo que esperaba oír.
—Bien. Porque los federales no son eternos. Primus no es eterno. En el Mosaico, las cosas cambian. Y los que sobreviven son los que pueden adaptarse.
Se fue antes de que pudiera responder, dejándome con esa verdad incómoda.
---
La tercera semana trajo el primer problema real.
Estábamos a mitad de camino, flotando en el vacío entre teselas, cuando Beky nos alertó.
—Anomalía detectada. Distorsión a estribor.
Todos nos precipitamos a la cabina principal. En las pantallas, el espacio mismo parecía... ondular. Como calor sobre asfalto, pero en el vacío.
—¿Qué es eso? —preguntó Miguel.
Luis, conectado a los sensores, respondió:
—Una junta del Mosaico. Donde dos realidades se conectan. Normalmente están estabilizadas por portales o tecnología arcanita, pero esta... está salvaje.
—¿Es peligroso? —preguntó Sara.
—Puede serlo. Si nos acercamos demasiado, podríamos ser arrastrados a otra tesela. O a ninguna parte.
—Entonces nos alejamos —dije, tomando control manual de la navegación—. Beky, calcula ruta alternativa.
—Calculando. Ruta alternativa añade 1.4 días al viaje.
Maldije en voz baja. Cada día extra era un día más de recursos consumidos, un día más de riesgo.
Pero mientras miraba esa distorsión ondulante, esa herida en el tejido de la realidad, supe que no teníamos opción.
—Hazlo —ordené—. Ruta alternativa.
El Teseo viró suavemente, alejándose de la anomalía. Mientras nos distanciábamos, pude verla mejor. Hermosa, en una forma terrible. Colores que no tenían nombre, formas que no seguían las leyes de la geometría.
El Mosaico. Este lugar imposible que ahora llamábamos hogar.
—Papá —Isthar estaba a mi lado—. ¿Alguna vez nos acostumbraremos a esto? ¿A lo extraño que es todo?
La miré, mi hija que había perdido años de su vida, que había cruzado dimensiones sin saberlo, que ahora luchaba para proteger a una familia que apenas recordaba.
—No lo sé —admití—. Pero creo que esa es la cuestión. No se trata de acostumbrarse. Se trata de adaptarse. De seguir adelante. De encontrar belleza incluso en el caos.
Señalé la distorsión, ahora alejándose en las pantallas.
—Mira eso. Es peligroso, sí. Podría matarnos. Pero también es... asombroso. Es la prueba de que la realidad es mucho más grande, más extraña, más maravillosa de lo que nunca imaginamos.
Isthar sonrió, recostando su cabeza en mi hombro.
—Eres un romántico, papá.
—Soy un superviviente. Pero sí, quizás un poco romántico también.
---
La quinta semana trajo entrenamientos más serios.
—Necesitamos protocolos —dije una mañana, reuniendo a todos—. En la torre de Oasis funcionamos bien porque habíamos ensayado. Cada uno sabía su zona, su responsabilidad. Pero éramos cinco contra treinta y dos, y ganamos por pura suerte y preparación.
—Ganamos porque somos buenos —interrumpió Miguel con una sonrisa.
—Ganamos porque fuimos inteligentes —corregí—. Y porque tuvimos un plan. EP-9 va a ser diferente. Es territorio neutral. Corporaciones, independientes, todo tipo de gente. Cualquier cosa puede salir mal.
—¿Entonces cuál es el plan? —preguntó Marcus, serio ahora.
—Información primero. Yo me quedo en la nave, hago contactos, averiguo qué puedo sobre el maletín. Vosotros exploráis, pero en parejas. Nadie va solo. Y todos tenemos puntos de encuentro programados cada seis horas.
—Como en una misión federal —dijo Sara, asintiendo.
—Exacto. Excepto que los federales no van a venir a rescatarnos si la fastidiamos.
Miradas serias alrededor. Todos entendíamos.
Samuel intervino, su voz tranquila pero firme:
—También necesitáis entender algo sobre EP-9. No es territorio federal. Primus tiene presencia mínima. Las corporaciones controlan la mayor parte, pero hay... otros elementos. Independientes, exiliados, gente que vive al margen. Algunos peligrosos.
—¿Has estado allí? —preguntó Isthar.
—Una vez. Hace años. Es... complicado. Mantened perfiles bajos. No llaméis la atención. Y si algo sale mal, responded proporcionalmente. EP-9 tiene sus propias leyes, y no son siempre las que esperáis.
La forma en que lo dijo me hizo preguntarme qué había visto allí. Qué había hecho.
---
Las noches —o lo que designábamos como noches— eran para reflexionar.
Me sentaba en mi pequeño espacio privado, una litera con apenas medio metro de separación del techo, y grababa en mi bitácora personal. No lo hacía todos los días, pero cuando las palabras llegaban, fluían.
"Día dieciocho. Miguel y Marcus son inseparables ahora. Es bueno verlo así. Hacía mucho que Miguel no tenía un amigo de verdad. Alguien que entienda el peso de llevar armas, de tomar decisiones de vida o muerte y dejar atrás la responsabilidad cuando todo eso no pesa. Marcus es bueno para él."
"Isthar y Sara... hay algo ahí. No sé qué, pero lo veo. La forma en que se buscan con la mirada cuando piensan que nadie está mirando. La forma en que sus manos casi se tocan cuando pasan una junto a la otra. Isthar no recuerda su vida anterior, pero su corazón sí. Su cuerpo sí.
Eso me hace pensar en su madre. Ellos fueron fruto del amor, dos hijos increíbles, y que finalmente terminó. Nos separamos cuando Isthar tenía diez años, Miguel ocho. Pensé que había sido el fin del mundo. Pero seguimos siendo padres. Compartimos su crianza, incluso tuve más tiempo con ellos."
Y luego... desaparecí. Entré a este mundo, a este Mosaico imposible, y los dejé atrás sin explicación, devorado por el mosaico. Sin despedida.
Cuando los encontré aquí, cuando me di cuenta de que de alguna forma también habían cruzado, que habían perdido sus memorias, que me necesitaban... fue como una segunda oportunidad.
Que no se debía desperdiciar. Cada día. Cada momento. Sobrevivir es mi talento, los llevaría conmigo."
"Samuel me preguntó qué haremos después. Cuando las misiones terminen. No tengo respuesta. Pero sé esto: necesitamos algo propio. Un lugar. No solo una nave. Algo permanente. Donde podamos estar seguros, donde las arcanitas no puedan encontrarnos, donde podamos simplemente... ser.
No sé dónde o cómo. Pero lo encontraré. Por ellos."
Cerré la grabación y me quedé mirando el techo metálico sobre mí. En algún lugar del Mosaico había un lugar para nosotros. Solo tenía que encontrarlo.
---
La séptima semana trajo conversaciones más profundas.
Marcus me encontró una tarde, mientras revisaba mapas de EP-9 que Samuel nos había proporcionado.
—¿Puedo hablar contigo?
—Claro. ¿Qué pasa?
Se sentó, mirando sus manos durante un momento antes de hablar.
—Es sobre Sara. Mi hermana.
Esperé, dejando que encontrara las palabras.
—Ella no es... demostrativa. Emocionalmente, quiero decir. Creció en un entorno militar duro. Nuestros padres eran oficiales. Aprendió a guardarse las cosas. Pero últimamente...
—Isthar —dije suavemente.
—Sí. La mira como... como no la he visto mirar a nadie. Y no sé si es apropiado, considerando que estamos en una misión, que somos parte de un equipo...
—Marcus —lo interrumpí—. ¿Te preocupa que su relación afecte al equipo? ¿O te preocupa que tu hermana sea feliz?
Parpadeó, sorprendido por la franqueza.
—Yo... la segunda. Creo.
—Entonces déjalas ser. El Mosaico es peligroso. Cada día podría ser el último. Si encuentran algo de felicidad, algo de conexión, ¿quiénes somos para decirles que no?
—Pero si sale mal...
—Entonces saldrá mal. Y lidiaremos con ello. Como familia.
Marcus me miró durante un largo momento, luego asintió lentamente.
—Familia. Sí. Supongo que eso es lo que somos ahora.
—Supones bien.
---
Kais era una constante tranquila.
Mi hija androide había estado tan callada en Oasis, tan en segundo plano, que verla ahora como parte integral del equipo era revelador. Ayudaba a Luis con mantenimiento, compartía turnos de vigilancia, y tenía una forma de estar presente sin llamar la atención.
Una noche me encontró en la cabina de observación.
—¿No duermes? —preguntó.
—Duermo poco últimamente.
Se sentó a mi lado, mirando las estrellas.
—¿Preocupado por EP-9?
—Preocupado por todo —admití—. Por la misión. Por mantenerlos a todos seguros. Por lo que vendrá después.
—Papá —dijo suavemente—. No puedes controlar todo. Algunas cosas simplemente... pasan.
—Lo sé. Pero eso no significa que deje de intentarlo.
Sonrió, ese gesto sutil que era todo lo que su cara androide podía manejar, pero que transmitía tanto afecto como cualquier abrazo.
—Por eso te queremos.
Me quedé sin palabras. En este mundo de peligros y maravillas, mi familia —esta familia extraña y maravillosa— era lo único que importaba. Comencé a llorar.
---
La octava semana trajo el fin del viaje.
—EP-9 detectado —anunció Beky—. ETA: dos horas. No olviden coger sus pertenecías y sacar la basura de sus habitaciones, Miguel por ejemplo.
Miguel gruño, diciendo que si hermana tapoco había limpiado.
Beky, se rió. Bueno realmente puso música alegre que es lo mismo.
Todos nos reunimos en la cabina, mirando las pantallas mientras la estación se hacía visible.
Y era... impresionante.
No era una estación orbital tradicional. Era casi una ciudad flotante. Estructuras que se extendían en múltiples direcciones, luces brillando en miles de ventanas, naves llegando y partiendo en un flujo constante. Hologramas gigantes proyectaban anuncios en docenas de idiomas. Música —o al menos, algo parecido a música— resonaba incluso a través del vacío, transmitida en frecuencias de radio.
—Guau —murmuró Miguel.
—Es... grande —añadió Isthar.
—Es un objetivo —dije yo, siempre el pragmático—. Luis, escanea sistemas defensivos. Beky, prepara protocolos de atraque.
Mientras nos acercábamos, pude ver más detalles. La estación estaba dividida en secciones claramente diferenciadas. La parte superior era elegante, pulida, obviamente para los ricos. La sección media era funcional, comercial. Y abajo...
Abajo había otra ciudad. Menos luces. Más caótica. Estructuras que parecían haber sido añadidas sin planificación, creciendo orgánicamente como una colmena.
—Bajo cubiertas —dijo Sara—. He oído hablar de esto. Comunidades que viven al margen. No ilegales necesariamente, pero... independientes.
—Interesante —murmuró Miguel, y pude ver las ruedas girando en su cabeza.
Samuel se aclaró la garganta.
—Aquí es donde nos separamos. Mi transporte llegará en unas horas. Volveré con los federales, mantendré contacto como oficial de enlace. Pero vosotros... estaréis solos aquí.
—No solos —corrigió Isthar—. Juntos.
Samuel sonrió levemente, quizás la primera sonrisa genuina que le había visto.
—Juntos. Sí. Cuidaos. Y si necesitáis algo, encontrad la forma de contactarme. No puedo prometeros ayuda oficial, pero... haré lo que pueda.
—Gracias —dije, y lo decía en serio.
Mientras el Teseo se alineaba para el atraque, miré a mi alrededor. Mi familia. Mi equipo. Miguel e Isthar, mis hijos. Luis, que había sido mi primer aliado en este mundo extraño. Kais, mi hija androide. Marcus y Sara, que se habían convertido en parte de nosotros más rápido de lo que esperaba.
Dos meses. Habíamos pasado dos meses en una lata de metal volando por el vacío, y no solo habíamos sobrevivido. Nos habíamos fortalecido.
EP-9 brillaba ante nosotros, llena de promesas y peligros.
—Listos —dije en voz baja.
Y entramos.
*Continuará...*
Comentarios
Publicar un comentario